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Un día a las 33 semanas

Publicado: 2012-02-17

Veronica Galmez*

Soy nueva en el blog. Al buscar alguna historia de mamás primerizas con bebitos prematuros, no encontré ninguna coincidencia. ¿Será motivo entonces para que “prematuros” se vuelva un ítem adicional en la columna de categorías del blog? A dos semanas de haber comenzado esta aventura, me parece justo compartirlo con otras mamacitas y papacitos.

Todo comenzó el día de la celebración de Lima como ciudad fundada. Ese miércoles comenzó como cualquier otro durante el embarazo: buenos días a la panza, musiquita matutina, preparar la ducha, juguito en licuadora…Lo único diferente era que el papá estaba de viaje por trabajo en nuestras selvas. El día transcurrió normal en la oficina, sin mayores contratiempos ni ajetreos; aunque 33 semanas de embarazo encima ya comenzaban a pesar. Llegó la tarde: chácharas con las chicas, revisión de correos… y de pronto sentí algo extraño: corrí al baño y me asusté terriblemente: bajé las escaleras y lo único que dije fue: “por favor llévame a la clínica que estoy sangrando”. Nunca olvidaré lo que sentí y pensé en todos esos minutos que pasaron lentamente hasta llegar a la clínica: Una sensación de incertidumbre y desconcierto total. En el camino llamé a las personas clave: el papá; mi mamá y el doctor. Aún no temblaba.

Llegué a la clínica y me comenzaron a monitorizar, felizmente todo estaba bien con Ícaro; y sabía que él estaba bien dentro de mí porque simplemente así lo sentía; pero lo comprobé cuando escuché sus latidos a través del monitor. A veces necesitas esas validaciones externas para reafirmar tu presentimiento. Se registraron algunas contracciones, pero notorias únicamente en el monitor. Por mí no pasaba dolor alguno. El único signo diferente era el sangrado profuso. Temblaba de los nervios. Mi mente se apoderó de mi cuerpo y no podía controlarlo; ni tratando de llevarme a la isla más paradisíaca de la tierra. Intentaba hallar explicaciones y soluciones ideadas a lo que me estaba pasando; pero eran solo ideas intermitentes en un laberinto de pensamientos: Que quizá me manden a reposo absoluto hasta la semana cuarenta. Pero no fue así: Llegó mi doctor y rápidamente me hicieron una ecografía. Ícaro estaba muy bien posicionado para nacer, aunque no había dilatado como para dar a luz en ese momento. No llegaba a entender qué era lo que estaba sangrando; hasta que me dijeron: “Es la placenta y tu bebito está sufriendo: hay que hacer una cesárea de emergencia”.

A partir de ese momento todo se tornó aún más incierto y borroso. Comenzaron a prepararme para la operación: examen de riesgo quirúrgico, depilación… en fin; un sinnúmero de eventos paralelos para los cuales no estaba preparada. Durante los siete meses y medio de buen embarazo, no pasó por mi cabeza la posibilidad de una cesárea; y por tanto, nunca me había puesto a pensar en la preparación física y mental que ello requería. No había vuelta atrás ni opciones sobre las cuales decidir. Me traté de calmar en la sala de operaciones, pedí que apaguen la radio y me concentré. Me concentré tanto que no sentí la epidural. Muchas dicen que duele terriblemente; pero la verdad es que esa sensación de agüita fría que pasaba por mi espalda en ese momento, me refrescó. Comenzó el corte y eso si que lo sentí; tanto así que me tuvieron que dormir por completo. Al parecer, mi sistema nervioso se impuso y el efecto de la epidural me abandonó; pudiendo sentir el dolor del corte casi sobre el pubis. Lo único que me interesaba en ese momento era que saquen a Ícaro sanito de mí lo antes posible para que no siga sufriendo. No llego a entender por qué algunas mujeres prefieren ser cesareadas; y es que a pesar de no haber conocido los dolores de las contracciones; recuperarse de una operación es cosa seria; a no ser que una sea de plomo. Todavía no llegamos a esa etapa en nuestro proceso evolutivo.

El papá no estaba conmigo pero estaba segura que estaba haciendo todo lo posible para encontrar un vuelo que lo traiga a mí y darme la tranquilidad que necesitaba. Mi hermana me acompañó durante la operación: tranquilidad temporal. Desperté después de la operación y ya en sala de recuperación mi mamá me dijo que Ícaro estaba bien y que estaba en una incubadora porque había nacido con 1.6 kilos. Lo único que quería en ese momento era verlo y estar con él; pero no pude. Los dos debíamos ser fuertes y esperar para el rencuentro. Esa espera se volvió eterna. Me tranquilizó saber que cuando llegó el papá, lo pudo ver, trayéndome buenas noticias sobre su salud y recuperación. Recién nos reencontramos al segundo día. Eso fue lo único que me tranquilizó y recargó mis energías para lo que se venía después.

Hoy se cumplen dos semanas e Ícaro sigue en la incubadora. Él está bien luego de sortear los altibajos por los que pasan los bebés prematuros. Lo único que puedo recomendar es paciencia, fe, convicción y optimismo. Esperamos que pronto llegue a los dos kilos para llevarlo a casa. Le han hecho las pruebas de rutina para primerizos y todo salió bien. Las emociones en estas dos semanas han sido una montaña rusa: la infección a la primera semana hizo que pierda el peso ganado, y me debilitó temporalmente; pero superado el episodio; saber que ya succiona solo me alienta. Estar con él el mayor tiempo posible es la clave; acompañado de la leche materna. Mamá canguro es la única manera, por el momento, para el rencuentro de nuestros latidos y respiraciones acompasadas. Eso alimenta nuestros corazones y nos da seguridad mutua. Espero ansiosamente que llegue ese momento del día. La espera desespera; y una debe controlar las ansias; sobretodo si es que no te caracterizas por ser paciente. No hay otra manera: tienes que ser paciente. Definitivamente es una lección de vida única que quisiera compartir. Tengo tanto que contar sobre lo vivido en estas dos semanas que dos páginas no son suficientes.

Debajo incluyo algunos tips para mamacitas de bebés prematuros con base en lo que he ido experimentando (no lo he sacado de ningún libro ni nada por el estilo, así que me imagino que cada experiencia es única. No lo tomes como receta.):

Trata de ver el vaso medio lleno: cultiva la paciencia. Esta es la base de todo.

 Tu leche es clave: extráete leche cada 2 o 3 horas con un extractor eléctrico (si puedes, que sea doble). La extracción hazla únicamente en casa para evitar riesgos de infección. Pon tu despertador por las noches para que te despiertes cada vez que el bebé se alimenta, y así también te vas acostumbrando para cuando llegue a casa.

Exige practicar la técnica de mamá canguro: es la única manera para que el bebé sienta tus latidos y tu respiración. Acuérdate que él/ella aún debiera estar dentro de ti. Aunque lo ideal es estar con el bebe todo el día, en la vida real esto no es posible por las reglas, horarios y procedimientos de las clínicas. Exige hacer mamá canguro lo más que se pueda; es un derecho que tenemos como madres. El papá también puede hacer papá canguro.

Es importante que el bebé escuche las voces de mamá y papá. Cántale como lo hacías cuando estaba en tu panza.

Busca una segunda opinión: a pesar de confiar en el pediatra; busca otra opinión para validar los procedimientos, recomendaciones y sugerencias.

Conversa e intercambia ideas y pensamientos con el papá (si es que se da el caso). Es el momento para darse fortaleza mutua.

No te reprimas: Llora. Solo después del llanto encontrarás esa tranquilidad temporal.

Hay muchos exámenes de rutina que les hacen a los “preemies” (como les llaman a los bebés prematuros en mucha de la literatura que buscarás en internet). Es normal que les tomen radiografías y que evalúen su sistema neurológico. La revisión de la retina por parte del oftalmólogo también es normal.

Evita cualquier fuente de infección. La infección en bebés prematuros es frecuente pero no es deseable porque hace que pierda el peso ganado y genera complicaciones. Mientras más tiempo en la clínica, hay mayor riesgo de contraer alguna infección. Acordémonos que las clínicas y hospitales están llenos de virus y bacterias.

Si es que tu bebé tiene inicialmente sonda para alimentarse y luego aprende a succionar; es normal que deje de ganar peso al pasar a biberón o teta. No te asustes: el ejercicio de la succión es como una maratón para el bebé y quema muchas de sus calorías. A veces los doctores recomiendan complementar la leche de mamá con un fortificante; o sea, un suplemento para evitar la pérdida de peso por quema de calorías.

*Mamacita invitada.

Con tanto ajetreo, la mamacita Veronica Galmez no pudo enviar su breve reseña pero les adelantamos que ¡Ícaro ya está en casa!


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mamacitas

Cuando uno es mamá o papá aprende a reconocer que no puede sola/o y que necesita el apoyo de muchas personas. Por eso nace MAMACITAS. Para que compartas lo que hiciste para resolver los mil y un retos de la maternidad. Para que cuentes eso que nadie cuenta.


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