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Lima comiendo las almejas del Tío Bigote. Notan los pedacitos de rocoto?

Mi hija no come papillas

Publicado: 2012-03-18

Esta no es una queja materna porque mi hija coma poco o no coma. Aunque el título de este post puede dar a entender otra cosa, en realidad mi hija no come papillas no porque no quiera o no le guste o sólo quiera tomar leche, sino porque nunca se las di. Sí, tal como lo escuchan: mi bebé no ha comido nunca papillas o purecitos.

Para que entiendan qué quiero decir con esto, así va la historia. Lima, mi hija –sí, se llama igual que la ciudad– tomó leche materna exclusiva hasta los seis meses y medio aproximadamente. Su primer bocado –sin contar el que mi tía Gaby le invitó cuando tenía menos de tres meses, literalmente, “a mis espaldas”– fue plátano de la isla cortado en rodajas gruesas y grandes. Sí, nada de plátano chancado, molido y mucho menos licuado. Entonces, ¿qué paso? Pues lo que esperábamos: lo agarró con sus manitos, lo apretó, lo tiró al piso, lo estrujó, algún pedazo entró a su boca. Nada más. ¿Comió algo? Casi nada. Todos en casa la mirábamos embelesados y felices. Ese día, el primer día que comió sólidos, le dimos también una cuchara. La agarró, la miró, se la llevó a la boca y la tiró al piso. Así de simple.

Lima siguió lactando a demanda y de manera casi exclusiva mientras íbamos dándole más y más alimentos. A los días le ofrecimos vainitas y palitos de zanahorias cocidos, jugo de granadilla, jugo de papaya en cuchara, peras y manzanas hervidas –sacando la carne de la fruta a cucharadas o dándole trozos grandes– e incluso la manzana entera o papa amarilla con zapallo. Conforme fue creciendo, ya con más de ocho meses, su dieta empezó a ser mucho más variada e incluía alcachofas, una mazamorra de mi propia leche espesada con maicena, espinaca, galletas de arroz y pan, palta, brócoli –los arbolitos son perfectos para sus manitos de bebé–, platanitos –perfectos también–, lentejas y aceite de sacha inchi que agregábamos a sus platos.

Nótese que la palabra clave es ofrecer. Nosotros no la obligamos a comer, ni esperamos nunca que termine toda su comida. Ella come cuando tiene hambre y cuando se llena, se llena. Algunas comidas le gustan, otras no tanto y otras las odia. Sí, igualito que a ti y que a mí. No hay nadie que me obligue a meterme a la boca una aceituna negra, por lo que yo no quiero que a mi hija la forcemos a comer lo que no le gusta –aún–. Al igual que tú o que yo, a veces dejamos comida en el plato y no tenemos a ningún mozo en el restaurante criticándonos por no habernos acabado el arroz.

El no darle papillas no es invento mío. Es una tendencia de alimentación llamada Baby led Weaning, que traducido sería algo así como: “destete dirigido por el bebé”. Esto no quiere decir que se elimine la leche de la dieta, sino que se inicia la introducción de otros alimentos poco a poco. Esta tendencia resalta los beneficios de comer comida “sólida”, en trozos, y no triturada, pues beneficia la psicomotricidad fina de los bebés, les da independencia al experimentar y embarrarse –y dejar sucia la mesa y el piso de la casa–; permite que ellos decidan si algún alimento les gusta o no, o les puede caer mal –está comprobado que uno suele rechazar la comida a la que es alérgico–; les enseña las texturas y los diferentes sabores de la comida y evita el problema de tener bebés que sólo aceptan comer papillas sin un solo grumo o que al crecer solo coman filete de pollo con puré. Y aunque sí es posible que se atoren, ellos mismos, instintivamente, pueden calcular y aprender a desatorarse sin problemas ni alharacas. De hecho, los impulsores de esta técnica señalan que más se atoran los bebés que reciben la comida en la boca sin que medie su voluntad, pues no saben cuánto están recibiendo.

También optamos porque ella coma junto a nosotros, por lo que no tiene muchos horarios ya que nuestro ritmo de vida no nos permite estar, todos los días, a la una en punto sentados a la mesa. A veces se come más temprano y otras más tarde, y cuando esto último pasa, Lima se alimenta antes o pica algo para aguantar hasta que esté lista la comida. El comer a nuestro lado, además de fomentar lazos familiares –me quedó huachafita esta frase, ¿no?–, permite que ella observe cómo nosotros comemos en la mesa, cómo usamos los cubiertos y cómo compartimos la comida. Además, le provoca comer lo que nosotros comemos. Al inicio solíamos invitarle cualquier comida que tuviéramos en el plato. Y este es un consejo que además simplifica mucho la logística casera: ¿para qué andar cocinando una comida para el bebé y otra comida para los adultos? Lima come lo mismo que comemos nosotros o, bueno, cuando era más chica, comía los mismos ingredientes que formaban parte de nuestro almuerzo. Al principio, cuando recién empezó a comer, todo se lo dábamos sin sal, sin condimentos y sin azúcar. Así que si se preparaba estofado, se le separaban las alverjitas, la papa y el pollo antes de que estén muy aderezados. Nótese el muy en la oración anterior. El arroz que comía sí tenía aderezo, el pollo del estofado algo tenía, pero siempre tratábamos de que su porción tuviera lo mínimo posible. No recuerdo en qué momento Lima empezó a comer exactamente lo mismo que nosotros, pero cuando eso ocurrió, todo se volvió más fácil.

Eso sí, hay cosas que no le damos aún. Nunca toma gaseosas ni caramelos o chizitos –aunque mi papá muera por invitarle–. Claro, alguna vez se los ha metido a la boca y, de vez en cuando, unas papas fritas de bolsa o lamidas a helados no le hacen mal, pero son claras excepciones.

Precisamente, un asunto básico es que si la familia no come bien y sano, el bebé tampoco lo hará. Un amigo mío fanático de las gaseosas y de la comida procesada no puede quejarse cada vez que ve a su hijo de dos años desvivirse por chupetes y golosinas. El niño sólo acepta comer pollo frito y hamburguesas, y jamás una sopa o un guiso. Mi amigo tampoco.

¿Y mi hija, comía poco o mucho? Pues no lo sé. Como ya les dije: había días que comía más y había días que comía menos, pero ese es un asunto que a mí no me preocupaba, pues Lima continuaba lactando a demanda y mi leche era complementada por la comida. No al revés, ojo. No, no era que mi leche completaba a la comida, sino que la comida complementaba a mi leche. Y así, hasta el año, más o menos. Su peso y su talla iban muy bien, y la bebé estaba sana, por lo que no había ningún motivo para estar alertas. Cosa distinta hubiera sido si Lima hubiera tenido alguna enfermedad o condición que nos obligue a vigilar más su alimentación. Además, como he leído por ahí, los bebés comen lo que necesitan. Ni más, ni menos. Y esto me lo ha demostrado la experiencia.

Como hay algunos alimentos con los que se debe tener cuidado, recién al año incorporamos a su dieta aquellos potencialmente “alergenos” –aunque he de confesar que varios ya le habíamos ofrecido para que pruebe–, como las fresas, los cítricos –limón, mandarina y naranja–,miel, nueces y pescado –no sé por qué alguien me dijo que debía esperar y lo hicimos, aunque creo que no era necesario–. Pongo alergenos entre comillas pues depende mucho del pediatra que uno tenga, las costumbres alimenticias de la casa y hasta del lugar donde nació y/o vive el bebé. Pues, aunque sea obvio, en cada país se come distinto. Por ejemplo, si se ponen a pensar: ¿qué comen los niños de la India? Pues platos con curry; en Londres se promueve el consumo de pescado antes del año y en Argentina, como bien me dijo mi amiga Oriana, la primera comida de los bebés no es plátano de la isla ni jugo de granadilla –simplemente porque son frutas que allá casi no hay –: los doctores les recomiendan un buen y jugoso filete de carne rallado.

Hoy Lima tiene un año y cinco meses –más días–, come de todo y mantenemos la lactancia. Ahora sí la leche materna es complementaria a la comida, pues esta no le da los nutrientes suficientes que necesita y las proteínas, minerales y vitaminas debe obtenerlas de la comida. Ella se alimenta a sí misma con sus cubiertos “de grande” y ya no quiere que le den de comer en la boca; toma su agua y jugos de un vaso de plástico casi siempre sin chorrear. Acepta feliz de la vida calamares, pulpo y almejas, con su juguito del ceviche –sin picante claro, o debería decir, sin mucho picante–. Ha comido jamón español y quesos fuertes como si fueran caramelos; ama las cremoladas de fruta –incluso la de Citronella y Azahar que le invitó nuestra amiga Paola–. Come sin remilgos arroz con pato, chancho al horno, salmón ahumado, falafels y paleek paneer –un guiso de espinacas indio– y suele gustarle mucho todo lo que su papá, que es periodista gastronómico, le invita. Como suele decirse, de tal palo, tal astilla.

***

Para ahondar en temas de alimentación, les recomiendo estos libros y enlaces que yo he revisado y de donde he sacado las ideas y prácticas que están en este post:

Lean a Carlos Gonzáles, pediatra español. Especialmente los libros Un regalo para toda la vida y Mi niño no me come (un libro “relaja mamás”). Recomiendo leer ambos mientras sus hijos aún no comen (o estando embarazada), pues tiene unos excelentes capítulos sobre lactancia. Alerta spoiler: este doctor es pro crianza natural y pro lactancia.

Aquí hay un vídeo sobre la alimentación de los bebés también del Dr. Carlos Gonzáles y su promoción a la alimentación sin papillas (es una charla TED buenísima):

Aquí hay otro también del Dr. Gonzáles sobre cuando iniciar la alimentación complementaria:

Este link incluye unos videos bacánes:

http://www.bebesymas.com/alimentacion-para-bebes-y-ninos/alimentacion-complementaria-baby-led-weaning

Y un par más de videos sobre Baby Led Weaning:


Escrito por

mamacitas

Cuando uno es mamá o papá aprende a reconocer que no puede sola/o y que necesita el apoyo de muchas personas. Por eso nace MAMACITAS. Para que compartas lo que hiciste para resolver los mil y un retos de la maternidad. Para que cuentes eso que nadie cuenta.


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