#ElPerúQueQueremos

La maternidad es un campo de batalla

Publicado: 2012-04-27

Pierina Ravizza*

Convertirse en madre es toda una empresa, y con el embarazo no solo se enfrentan cambios radicales en el cuerpo (¿qué pasó con mi tetas?, siento que podría protagonizar una versión de Alien, tengo sueño, ¿qué son estas manchas?) y en la cabeza (¿estoy lista para esto? ¿me va a querer? ¿estará sano?), sino una batalla con quienes nos rodean. Sea lo que sea que hayas decidido para esta primera etapa, habrá quien te juzgue y crea saber una “mejor manera”.

La más grande dificultad que he enfrentado desde que soy mamá es lidiar con el juicio de los demás y tratar de no juzgarme a mí misma a partir de ello.

Desde el inicio opté por un parto natural; en el caminó vacilé variantes como: agua, en el hogar o una casa de nacimiento: lo que me sumó un ejército de sermones y protestas. Mis amigos y familiares se escandalizaron con la idea de traer a mi hija en casa o en una bañera, fue esencial aprender a bloquear el bombardeo y lo hice entendiendo que es mi cuerpo, mi proceso y yo decido cómo lo quiero hacer. Al final me decidí por la clínica pero con mis condiciones y el doctor/partera que yo elija. Eso calmó las aguas pero no era más que la punta del iceberg.

Ya no puedo recordar la cantidad de doctores que visité. Cada uno tenía distintas ideas de cómo tratar mi embarazo; pero el problema es que lo trataban como una enfermedad cuando era todo lo contrario. Luego de infinitos intentos caí en manos de una persona en quien confío mucho, que me aceptó con varios meses de embarazo y me acompañó hasta el final.

Después de los talleres prenatales, el yoga para embarazadas, los 150 libros y todo el tiempo libre pedí ayuda a mi doctora para hacerlo, con ella, en el Hogar de la Madre. Como necesitaba un médico residente me contactó con un colega suyo que también “pensaba fuera de la caja” y juntos hicieron un excelente trabajo: ambos me aconsejaron escribir una carta con mis condiciones para la llegada de mi hija. Así lo hice, en ella detallaba que deseaba un parto natural, sin anestesia ni epidural, tampoco enema, episiotomía ni que indujeran el parto y nada de vacunas. Que hubiera contacto con mi bebé apenas naciera, lactancia exclusiva y alojamiento conjunto (todo en caso no se presentaran complicaciones).

El trabajo de parto no fue muy largo (un par de horas a lo mucho) pero sí agotador. Mi hija salió como un rayo y luego no pude pensar en dormir, solo quería verla. Con la experiencia de haber luchado contra los prejuicios de mis conocidos me sentía preparada para lo que viniera pero fue una guerra. Las enfermeras la querían mantener en el cuarto de recién nacidos y su papá y yo, con nosotros. Entonces empezaron los comentarios: “no tienes suficiente leche”, “tiene hambre y nosotras tenemos fórmula”, “tienes que dormir”, “nosotras le cambiamos mejor el pañal”, hasta “la extrañamos allá”.  Papá y yo nos negamos todas las veces y aunque pasamos una noches de llantos y aullidos, no me arrepiento. El día siguiente podría titularse “La venganza de las enfermeras” porque me visitaban cada media hora despertándonos a los tres y con las mismas líneas ya citadas. Menos mal solo estuve ahí 24 horas, me marché caminando raro pero con alivio, bebé en brazos y una sonrisa de victoria.

Lo que sucede en casa las mamás ya lo saben. Yo intenté hacer la cuarentena pero no duró mucho. Así que con mi bebé devorador (cada tres horas como reloj), los puntos (sí me desgarré), el pañalote y la fiebre por la bajada de leche recibí visitas. Ver a mis amigos y familiares me dio mucha alegría y también uno que otro homicidio cruzó por mi mente. De ese primer par de meses puedo recopilar una lista de comentarios con los que he tenido que luchar, algunos muy bien intencionados y otros más desubicados:

-          “Estás gorda.”

-          “No te sale suficiente leche.”

-          “Yo ni loca le daría teta, se te van a chorrear.”

-          “¿Por qué la bañas en un balde como si fuera un trapo?”

-          “Yo a los cinco días ya estaba haciendo ejercicios.”

-          “Eso de sacarte leche es esclavizarte.”

-          “Se nota que te van a quedar estrías.”

-          “Si no te pones la faja te vas a quedar así para siempre.”

Y eso fue lo que dijeron en voz alta, menos mal no puedo leer mentes. Ahora a todos puedo responderles mientras me río un poco, pero el tema de la fórmula me desconcierta: al parecer no está de moda dar teta y eso te hace “out”. No critico a las mamás que lo hacen pero por eso mismo espero que no me juzguen y como ya es bastante difícil, un poco de aliento no vendría mal. Eso va de la mano con las críticas de que “más de seis meses es demasiado”, que las mujeres “normales” trabajan desde los tres y demás. Yo quise quedarme en casa hasta más o menos los 7 meses y al contrario de lo que muchas personas creyeron, no estuve “flojeando” ni de vacaciones, sino alimentando y criando a una persona.

Tema aparte es el del físico. La cantidad de cambios que sufre el cuerpo de una mujer es tremenda: todo se altera y algunas cosas no vuelven a ser las mismas. Así que para eso suficiente tengo con mi cabeza y mi espejo como para que me lo recuerden. Si bien ser mamá es lo más bonito que puede suceder (para muchas), hay que lidiar con los miedos de no volver a ser una misma, mental y físicamente y me parece normal. Yo me he preguntado si bajé o subí mucho de peso, si eso regresa, por qué mis tetas son dos tallas menos y ya no puedo lucir el escote, si esas rayas en mis caderas son para siempre o por qué se me cae tanto el pelo como para dejarme huecos visibles.  Siempre me consideré una persona fuerte y con la habilidad de un saco de arena para recibir golpes; pero reconozco y entiendo que desde que empieza la maternidad, una puede volverse sensible y bajar la guardia. Lo único que puedo decir es todo pasa, y lo que no regresa se adapta.

Al final, no existe la mejor manera ni el método único. Hagas lo que hagas tendrás opositores ya quieras parir en tu casa, en un hospital, en la clínica más cara o en la China, dar de lactar o ir por la fórmula, ponerte la faja o estar feliz con tu gordura nueva. Yo oí todas las versiones, busqué ayuda y elegí lo que me haría más feliz a mí y me ayude así a darle una mejor bienvenida a mi bebé. Las presiones y prejuicios de los demás siempre van a estar a la vuelta de la esquina y aunque es difícil hacer oídos sordos en una época de miedos y dudas, lo mejor es optar por el instinto propio de supervivencia.

*Mamacita invitada

Comunicadora inconclusa, empleada en de-todo-un-poco, reina del drama a tiempo completo y feliz mamá de Nia desde diciembre del 2010.


Escrito por

mamacitas

Cuando uno es mamá o papá aprende a reconocer que no puede sola/o y que necesita el apoyo de muchas personas. Por eso nace MAMACITAS. Para que compartas lo que hiciste para resolver los mil y un retos de la maternidad. Para que cuentes eso que nadie cuenta.


Publicado en