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Imagen tomada de sentirmebien.com

No, no estoy bien

Publicado: 2013-02-07

Susana Klien*

Cada vez que alguien me pregunta “¿Cómo estás?” mi respuesta automática es “bien”. Lo he hecho a lo largo de mi vida, aun si estaba pasando etapas de tristezas, duelos, presiones, apatía y demás. Luego vinieron mis hijas….y bueno, bien, siempre estaba “bien”. La realidad era que no lo estaba. Ya hacia los 7 meses de nacida mi primera hija y enterarme que estaba embarazada de mi segunda hija empecé a sentirme mal. Yo relacionaba esto con un tema hormonal, pues alguna vez leí que el cuerpo de una mujer tarda alrededor de un año en balancearse después de un parto y yo salí embarazada de mi segunda hija cuando la primera tenía 6 meses. Según yo, tenía las hormonas totalmente revueltas.

Y así, durante este período fui por la vida con una vorágine de altibajos, con una angustia que me presionaba el pecho y a veces me llenaba de tristeza. Esto iba y venía, pasando por períodos de enojo e irritabilidad, para luego pasar a estar contenta y así. En resumen, estaba sumamente volátil. Dormía muy mal pues me despertaba siempre angustiada por alguna cosa: qué pasaría si mi hija se enfermaba, cómo nos íbamos a organizar para que el dinero alcanzara ahora con dos hijas, mis viajes de trabajo y cómo compatibilizarlos, mi pareja y cómo adaptarnos a ya no ser solamente dos después de tantísimos años que había sido así, la familia y las preocupaciones que también uno tiene con eso, la guardería y si mis hijas conseguirían un sitio juntas, en fin. Y en el día también andaba así, angustiada porque las 24 horas del día no parecían alcanzar para pensar en todas las soluciones a los miles de problemas que encontraba. Yo me repetía todo el tiempo “es normal andar así pues ahora somos responsables de estas pequeñas personitas”. Sin embargo, la situación se estaba volviendo inmanejable y estaba empezando a afectar mi vida personal. Estaba simplemente agotada, tanto física como mentalmente.

Yo no soy de las personas que pide ayuda. Solamente he ido al psicólogo un par de veces a los 18 años y después de eso nunca más (quizá me hubiera ayudado eso en algún momento de mi vida). No tiendo a contar mis tristezas ni preocupaciones a casi nadie. Y sinceramente creo que soy parecida a una gran cantidad de mujeres. Yo hago, hago, hago y hago y jamás descanso. Siempre estoy “bien” y yo lo puedo todo. “Yo puedo solita”, como decía desde pequeña. Dicen que con la maternidad una cambia y se relaja, pero en mi caso, esto sucedió en sólo algunos aspectos. Así, con mis hijas era muy relajada y calmada, pero para balancear eso y sintiendo que la situación podía volverse caótica de otra forma, para mí era importante sentir que tenía el control de todo, todo calculado, todo conversado, todo organizado, todo ordenado. Este dilema de ser una especie de mujer maravilla que puede hacer todo al 100% es agotador, súper trabajadora, súper mamá, súper pareja, súper amiga, súper hermana, súper hija y la vida es perfecta y …. terminas por explotar.

En un momento, avanzado el embarazo de mi segunda hija, empecé a sentir que no era un tema solamente de hormonas descontroladas. Me di cuenta que las explicaciones que yo trataba de dar a cada una de mis reacciones eran ridículas. Simplemente me sentía desbordada y no sabía por dónde empezar. Mi pareja no sabía qué más hacer para ayudarme y decidimos ir al médico, que me refirió a una counsellor[1] pues el sistema de seguridad social en Inglaterra, donde vivo, toma seriamente cambios anímicos como éstos y tienen áreas de tratamiento y apoyo psicológico pre y post natal. La counsellor me hizo una evaluación y me diagnóstico un cuadro de ansiedad. Inmediatamente empezamos sesiones para trabajar formas de manejar la presión que yo sentía, el deseo de control sobre todo, la irritabilidad asociada a la falta de control y mis angustias y estrés.

Y bueno, pues no sé si a ustedes les pasa pero cuando a mí me dicen que tengo algo me pongo inmediatamente a investigar sobre eso para tratar de entender más. También decidí conversarlo con algunas amigas que tenían hijos/as, para ver si ellas se habían sentido así. Poco a poco descubrí que como tantos temas relacionados a la maternidad, la ansiedad y la depresión aún son un tema tabú. El porcentaje de ansiedad en mujeres con hijos/as es alta y es casi imposible que no sea así. La maternidad te cambia la vida de golpe, no es un cambio gradual, no va aumentando progresivamente, no, de pronto, se te vino con todo. De acuerdo al Centro de Estudios Especialista en Trastornos de Ansiedad de España, la maternidad puede causar en algunas mujeres trastornos severos de ansiedad y estrés que hasta pueden llegar a ser paralizantes. Cuando la ansiedad ya no está en un rango “normal” se convierte en un trastorno y tiene síntomas más prolongados y profundos como angustia excesiva, dolores musculares muy fuertes por el grado permanente de tensión, obsesión con tener el control y con la perfección para sentirse mejor. Este tipo de trastornos solamente te lleva al agotamiento mental y físico. Y al salir del rango “normal”, empieza a afectar tu vida cotidiana.

Es interesante cómo también, como en muchos otros temas, hay un componente de género y a los hombres no parecen darle este tipo de “trastornos” con la paternidad. Una mujer cuando se convierte en madre trata de compatibilizar este rol con su trabajo, con amistades, con la pareja, sus intereses. Te sientes siempre juzgada por tus decisiones de una forma en que los padres no lo son. La sociedad en cierta forma considera el rol de madre como tu rol principal, por más que en muchas parejas se compartan responsabilidades, como es mi caso. Mucha de esa búsqueda de perfección es porque te sientes que tienes que estar probando en todo momento que puedes todo. Y es muy difícil decir que no. Es difícil pensar en ti. Es difícil cuidarte. Es difícil tener tiempo para ti sola. Es difícil desengancharte mentalmente a veces de tus hijas. Y es mucho más difícil pedir ayuda.

Pero para suerte, yo la pedí. Ahora me siento mejor, creo que esta etapa ha pasado o la he aprendido a manejar. Y por ello me parece importante compartir algunas cosas que me sirvieron. Ojo que cada persona es diferente y estoy segura que hay cosas que funcionan para algunas personas pero para otras  no.

1)     Hacer ejercicios específicos para “destensar” el cuerpo. Hay dos ejercicios específicos que hice y me ayudaron. El primero se llama respiración diafragmática (ver acá) y lo puedes hacer una o dos veces el día. Es muy simple y ayuda a relajarnos. El segundo se llama relajación muscular progresiva (ver acá) y ayuda para la relajación mental y física. Debo decir que es increíble lo bien que se siente el cuerpo cuando los haces.

2)     Hacer algunos cambios a tu estilo de vida que pueden contribuir a que te sientas mejor:

a)     Hacer ejercicio regularmente. Puede ser lo que más te guste: pilates, tai chi, karate, bailar. En mi caso, yo camino muchísimo y eso me ayuda.

b)    Dormir: Esta es una cosa más o menos difícil. ¿Has escuchado eso de “duerme cuando la bebé duerma”? ¿Lo podías hacer? Bueno, yo no. Me cuesta muchísimo pues cuando mis hijas duermen yo aprovecho para leer mi correo, noticias, ordenar alguna cosa. Uno de los problemas de la maternidad es que tienes un “sueño interrumpido”, eso me decía la counsellor con la que hablé. Y ese sueño, lamentablemente, no se recupera. El hecho de no poder dormir profundamente por varias horas seguidas (pues tienes que dar de lactar o el biberón, o se levanta tu hijo/a varias veces en la noche), es una de las cosas que contribuye más al cansancio físico y emocional. Así que bueno, aunque sea una siesta de 15 minutos tienes que tratar de hacer. O si no, acostarte más temprano y poder dormir, aunque sea interrumpidamente, pero más horas.

c)     Tomar menos cafeína: Trato, trato, de verdad. Estoy tomando menos café y coca cola y me está sirviendo.

d)    Dieta Sana: Esto es importante para sentirte más saludable. Mucha agua, mucha fruta, muchas verduras.

3)     Hacer un “árbol del problema”. Esto implica sentarte y pensar en lo que te tiene angustiada o preocupada, posibles soluciones, qué es lo que puedes hacer para lograr esa solución, ver lo que está dentro de tu ámbito de influencia y lo que no, y tratar conscientemente de no preocuparte de lo que está fuera de tu control.

4)     Tener un espacio para ti misma. En mi caso, uno de esos espacios fue mi trabajo. Regresar a trabajar me hizo bien. Ahí era yo misma, podía tener mi hora de almuerzo tranquila, tenía otras cosas en las que pensar.

5)     Conversar del tema. Compartir tus pensamientos y preocupaciones con alguien de confianza. Es increíble cómo a veces hablando de ello le puedes dar mayor objetividad a la situación o la otra persona puede ayudarte a eso.

6)     Tratar de hacer cosas que nos relajen y desconecten. Una de las cosas que la counsellor me sugirió fue retomar la lectura. Yo antes leía muchos libros y para mí era un placer. Desde que tuve a mis hijas leía cosas muy cortas o el periódico o veía Facebook o twitter, pero deje de hacer algo que antes me apasionaba. Poco a poco lo he ido retomando. Inicialmente la counsellor me indico que tenía que tener fuerza de voluntad de leer al menos 30 minutos en la noche mi libro y hacerlo una rutina.

Finalmente, una de las cosas más importantes fue admitir que no soy una madre perfecta y que no siempre haré lo mejor, pero quiero a mis hijas de manera indescriptible y trato que hacer lo mejor que puedo.

* Mamacita residente

[1] En Inglaterra los “counsellor” o consejeros/as son personas que han estudiado para hablar de tus problemas y ofrecer orientación. No llegan a ser psicólogas.


Escrito por

mamacitas

Cuando uno es mamá o papá aprende a reconocer que no puede sola/o y que necesita el apoyo de muchas personas. Por eso nace MAMACITAS. Para que compartas lo que hiciste para resolver los mil y un retos de la maternidad. Para que cuentes eso que nadie cuenta.


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