Uno de ESOS días en la vida de una mamá que trabaja en su casa (y expatriada)
Soy una mamá que no trabaja -o mejor dicho, una mamá que trabaja en su casa y además una mamá expatriada. Soy peruana y vivo en Budapest hace poco más de 3 años. Tengo una linda hija de 11 meses que me hace sonreír todos los días (y también morirme de cansancio).
Ser mamá es siempre un reto, ya seas mamá trabajadora, no trabajadora, trabajadora a tiempo parcial, freelance, expatriada, no expatriada… SIEMPRE es un reto. Siempre nos haremos preguntas. Siempre nos cuestionaremos. Siempre dudaremos si estamos haciendo un buen trabajo. Y eso pasa tanto si el hijo tiene 1 día o si tiene 20 años (¡quizás hasta 30!).
Una mezcla entre “cosas de la vida” y decisión personal (mejor dicho, cosas de la vida que me llevaron a tomar la decisión personal) hicieron que ahora sea una mamá que no trabaja. No me arrepiento de la decisión y la tomaría otra vez. El hecho de poder estar en casa y cuidar personalmente de tu hija no tiene precio y tiene mil recompensas. Pero claro, como en todo en la vida, no todo es color de rosas, y menos lo es todo el tiempo. Uno tiene sus días. Y ayer fue uno de ESOS días.
Uno de ESOS días en los que terminas muerta y tratando de respirar hondo (muy hondo) mientras se te chorrean las lágrimas porque te preguntas si estás criando a un mounstrito en potencia sólo porque tu hija decidió comer todo con la mano (cosa que racionalmente sabes que es normal y hasta deseable) y tirar la mitad de su comida al aire mientras agarraba a manazos no sólo a la cuchara –que yo inútilmente trataba de meterle a la boca- sino también a sus papás.
Uno de esos días en los que te das cuenta que has pasado el 90% de tu tiempo sentada en el piso o en cuatro patas, gateando por la casa, jugando a hacer torres y que, si no fuera por tu mamá en Skype o tu esposo, no habrías intercambiado palabra alguna con nadie de más de 1 año de edad.
De esos en los que por primera vez notas que TU ya te aburriste de los juguetes de tu hija y que necesitas COMPRARTE juguetes nuevos. De los que terminas buscando el capítulo del libro que habla de cómo disciplinar a un niño para asegurarte que no lo estás haciendo tan mal. De esos que te dejan muerta y que además sabes no estarán seguidos por una noche de sueño reparador porque seguro tendrás que levantarte en la madrugada más de una vez a atender a tu retoño.
Todas las mamás tenemos ESOS días, ESOS días son siempre pesados. El problema de ESOS días cuando uno es mamá que no trabaja y (encima) expatriada es que son aún más pesados y creo que aún más frecuentes.
Y es que ser mamá que se queda en casa en el expatrio es verdaderamente estar 24/7 con tus hijos. No hay abuelas o nanas a quien dejarles tu retoño; no tienes la red de soporte que tendrías en tu ciudad o teniéndola o pudiéndola tener, como es mi caso, se te hace más difícil usarla, sobre todo si, como yo, eres de las que no sabe pedir ayuda o de las que les resulta muy difícil dejar a su hija con alguien (aún ahora, 11 meses después, no la he dejado con nadie que no sean mi esposo y mi mamá cuando ha venido a visitarnos). Aún sabiendo dónde buscar ayuda, no es fácil pedirla o usarla. Simplemente no es lo mismo que cuando estás en tu país.
Además y por lo mismo, son muy pocas las oportunidades en las que una se quita el “sombrero” de mamá o se pone un “sombrero” diferente (como el de profesional, trabajadora, estudiante,etc.), uno se siente mamá y nada más y es SIEMPRE mamá (porque además los hijos te acompañan a todos lados). Yo, felizmente, he logrado incorporar nuevamente en mi vida actividades que me permiten sentirme más que mamá, pero no ha sido ni es fácil en el día a día buscar los momentos para darme mi espacio, es siempre un reto escuchar una clase o tener la paz para leer una lectura o hacer una tarea.
Por otro lado, ESOS días son más duros porque a veces uno se siente un poco más sola o quizás aislada…y aunque el aislamiento sea en ocasiones voluntario (como yo que para poder estudiar mientras mi hija duerme la siesta no organizo ninguna actividad social algunas mañanas), al final del día cuesta. Cuesta reintegrarse y socializar, cuesta encontrar las ganas para buscar actividades y hacer nuevas amigas mamás, a fin de cuentas, lo que cuesta es hacerse –nuevamente- una vida cuando la vida que nos habíamos construido originalmente ya no es la misma, ya no nos “sirve”, ya no nos llena porque ahora somos otras, ahora somos mamás.
Pero bueno, felizmente, lo mejor de ESOS días, en cualquier lugar del mundo, es que sólo duran 24 horas, pasan y son seguidos por un día mejor en el que por suerte, las gracias y carcajadas de los hijos te devuelven la alegría y te llenan de energía; y en el que se puede recomenzar a reconstruir una vida mejor.
*Mamá de Giulia. Expatriada amante de viajar por el mundo y empezar de cero. Abogada en “suspenso”. Life Coach en proceso.