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Pequeñas guerreras

Publicado: 2014-02-17

Han pasado casi 10 meses y recién puedo escribir sin derramar una sola lágrima. Hace casi 10 meses mi vida cambió para siempre. El 4 de abril del 2013 nacieron mis mellizas Brisa y Paula. Mis guerreras nacieron prematuramente. A las 29 semanas para ser más exacta. Desde el segundo mes de embarazo mi ginecólogo vio mediante las ecografías que una de las bebes tenia ciertos gramos menos que la otra. Pero jamás me imaginé que con las semanas posteriores esta diferencia se iba a tornar tan marcada. Llegaron a llevarse hasta 500 gramos de diferencia. Era mucho. Si bien es cierto en embarazos múltiples podría darse cierta diferencia, en este caso no estaba bien ya que vieron q la bebé pequeña no estaba alimentándose bien y la ecografía mostraba que hasta la sangre no le llegaba bien. El médico nos dio dos opciones: u operaba de inmediato (no le daba más de dos días de vida a la bebe pequeña si no operaba) o esperábamos a que la bebe pequeña fallezca ahí adentro y la bebe grande siga con su crecimiento u operaba y se luchaba afuera por ambas niñas. Cuando me dijo eso literalmente casi me muero. No sabía qué hacer ni qué decir, tan solo tenía 29 semanas!. Por otro lado ¡como voy a dejar morir a mi hija!

El ginecólogo habló con nosotros también sobre los riesgos de tener bebes prematuros extremos como en este caso. Ceguera, órganos no formados, problemas neuronales etc. Dios por dentro pensé: ceguera! Alguna de mis niñas podía nacer ciega!. Se me nubló la mente, me quedé en blanco, pero dije NO! Esto no va a suceder. Las niñas nacerán fuertes y sanas…

De inmediato me colocó inyecciones para la maduración de los pulmones de las bebes, tres días seguidos y estaba “lista” para la cesárea. Llegue a casa, sin llanto ni nada, arreglé algunas cosas (qué cosas, nada) avisé a mis papás, que casi mueren de infarto también y fuimos a la clínica. Allá ya me estaba esperando todo el equipo para hacer el riesgo quirúrgico y demás pruebas antes de operar. Se me subió la presión a 15, emotiva, me dijeron. Hasta ese punto ya eran como las 8 de la noche del día 3 de abril. Traté de “descasar” y al día siguiente ya todo estaba listo para la cesárea.

Ingresé a sala de operaciones más o menos al medio día y a las 12:52pm nació mi pequeña Paula con 590 gramos y a las 12:54 mi princesa Brisa con 1,060.

Mi esposo como es lógico no pudo entrar a sala de operaciones ni yo pude ver de inmediato a las niñas, no pude darles ese primer beso que todas las mamas tienen con sus hijos al nacer, no hubo fotos, ni felicidad ni nada por el estilo, nada, cero emociones. 

Se llevaron a las niñas inmediatamente en incubadora, una incubadora porque entraban perfectamente las dos. No puedo imaginar la cara de la familia cuando vio salir solo una incubadora, seguro fue aterrador. Nunca me contaron qué sintieron al ver solo una.

El pediatra que las recibió fue a mi cuarto con cara de terror y solo me dijo: hay que esperar…

La cesárea no dolió. Caminé el mismo día, me reía como tonta cuando miles de gentes iban a visitarme felicitándome por el nacimiento de mis hijas, cuando ni siquiera sabía si iban a vivir. Todos creían que era una fiesta y doble! No sentí cólera hacia ellos, solo que no me sentía bien que trajeran regalos, flores y globos como si realmente fuese una fiesta cuando yo por dentro me moría de angustia. 

Ese día no fui a ver a las niñas, tenía pena, miedo, no quería enamorarme de ellas si aún no sabía si vivirían. No quería saber nada. Y no era desamor sino más bien demasiado amor aun sin conocerlas y si alguna de ellas partía iba a ser muy doloroso. Mi mente voló muchísimo. Me imaginaba en luto, llorando a una de ellas, o a las dos. Mil cosas se me vinieron a la mente. Y si después ya no puedo tener más hijos? Y si son ciegas? Etc.

Pasaron 8 días, sí, 8 días después de la cesárea recién fui a sala de recién nacidos a ver a mis niñas, el corazón me latía a mil, no sabía qué situación iba a encontrar ahí. Entre del brazo de mi esposo. El muy feliz como si todo estuviera perfecto. Entramos y me dijo: aquí están las bebes y en poco tiempo las tendremos en casa. Eso me dio fuerzas para no desmayarme en ese mismo instante.

Nos acercamos a las incubadoras, primero a la de Paula, era tan pequeña, media 33 centímetros, si no me equivoco es el tamaño de una hoja de papel bond, su piel de color oscuro, llena de aparatos y conectada a un monitor. No era linda pero era mi hija y la amaba así en su prematuridad. Luego pasamos a la incubadora de Brisa, ella un poquito más grande, 36 centímetros, dormidita, igual conectada a monitor, pero eso sí las dos sin oxígeno, mis guerreras respiraban por sus propios medios, igual su situación era grave.

Las enfermeras me miraban con cara de pena, y yo sentía aún más pena. Solo nos permitieron estar 10 minutos ahí ya que tenemos miles de microbios y así uno se desinfecte antes de entrar a la sala de bebes igual hay riesgos. Salí con una sonrisa, no sé porque sonreí  tanto, seguro para no llorar delante de la gente, detesto hacer eso además yo sabía que Dios iba a salvar a mis niñas. A las dos.

Días posteriores (12 para ser exacta) me dieron de alta. Salí de la clínica sola, sin bebes, con los brazos vacíos, solo de la mano de mis padres porque mi esposo estaba trabajando. Llegamos a casa, me reinstalé, llamé a algunas personas y listo, a la cama a descansar de la operación.

Empecé el trabajo de la recolección de leche, ya el pediatra me había dicho que así sea una gota esa gota era importantísima para las bebes. Contrate un aparato especial que era una tortura. Sacar leche electrónicamente era más doloroso que la cesárea. Y lo reafirmo hasta ahora. Terrible. Todos los días llevaba esas gotas a la clínica, en un pequeño biberón y un cooler llevaba dos veces al día la leche, pañales para prematuros y mi fe. Día a día preguntaba: cómo están? Ahí creciendo poco a poco, respondían. Hoy aumentaron 20 gramos, dios 20 gramos! Cuando poder llevarme a las niñas a casa?. Así pasaron los días hasta que llegó el momento que no quería que llegara, el pediatra me dijo que vendría a revisar a las niñas una oftalmóloga pediátrica a revisar sus retinas.

A la semana siguiente me llamaron para decirme que ya la doctora estaba ahí y que vaya. La doctora muy seria ella examinó a cada una de las niñas, les echo unas gotas a los ojos que de inmediato las hicieron llorar y con un aparato examinó a cada una de ellas. Hizo algunos apuntes y me llamó. Me sudaban las manos, estaba segura que me diría algo malo. Brisa tenia retinopatía del prematuro y Paulita retina inmadura. No entendía nada, que era eso? me explicó que la retinopatía del prematuro que  es el desarrollo anormal de los vasos sanguíneos en la retina y que si no es tratado a tiempo puede causar ceguera. Si no mejoraba esta situación debían operar lo antes posible para evitar la ceguera. La escuché, me quede muda, mente en blanco y me fui.

Camino a casa otra vez mil preguntas: cómo van a operarla tan pequeña? No resistirá a una operación! De ahí me calma y rece . Recé mucho, no lo suficiente pero si mucho.

Así pasaron los días y ahora no solo rogaba por la vida de mis hijas sino porque los ojos de Brisa mejoren, desaparezca la retinopatía y que a Paulita no se le desarrolle la enfermedad. Gracias a Dios sus próximos controles salieron bien, la retinopatía se había estancado, es decir, no operación, no tratamiento, no nada. En el caso de Paulita no desarrolló la enfermedad y todo bien. Respiré un poco más tranquila…

Días posteriores tocaba el examen neurológico. Otra vez me citaron para hablar con la especialista. En los exámenes realizados Brisa salieron bien pero Pauli tenía un pequeño quiste en el cerebro, igual había que esperar porque quizá se absorbía solo. Y como los milagros si existen, desaparecieron y en el nuevo examen salió perfecta.

Mis idas y venidas a la clínica duraron 74 días. 74 días sin mis hijas, cunas vacías. El 24 de junio con 2 kilos 100 gramos me entregaron a Brisita. Era tan chiquita que me daba nervios cargarla, quería apachurrarla, besarla, comprarle todo, etc. Pero mi pequeña Pauli aún se quedaba en la clínica así que mi corazón no estaba completamente feliz. 20 días después por fin me entregaron a Pauli con 1 kilo 900 gramos, era tan fuerte mi guerrera que el doctor me dijo que ya la podía llevar a casa.

Tener  bebes prematuros en casa ha sido una lucha diaria, una tarea muy difícil. Física y emocionalmente. Los cuidados han sido y son extremos. Acondicionamos la casa de mis padres para que estén en un ambiente caliente (había mucho frio aun). Y las he cuidado al milímetro. No permití visitas salvo las necesarias, ni se me cruzo por la mente sacarlas a la calle. Salvo para sus controles médicos. Ni a la sala de la casa las sacaba. Todo dentro del cuarto. He contado con enfermeras las 24 horas del día para que me ayuden a dar leche, ojo no porque no supiera dar sino que por sus prematuridad muchas veces se han ahogado hasta ponerse moradas y hemos tenido que aplicar bombilla y hasta hace 3 meses me daba muchos nervios. Ahora tengo los nervios de acero, si hay que utilizar bombilla se usa y listo.

Recién en octubre a sus 6 meses las he sacado a la sala, más libres, sin colchas ni tanta tensión. Ahora a sus 10 meses recién están conociendo la calle, gente, las he llevado a Trujillo, se han resfriado y ya puedo manejarme más o menos bien con ellas.

La gente me ha juzgado mucho de exagerar en mis cuidados con las bebes, pero nadie, absolutamente nadie puede juzgar si no lo ha pasado. Nadie puede hacerme bullying por cuidar a mis princesas, porque la lucha es diaria. Hoy en día tengo dos hermosas hijas completamente sanas y hermosas. Solo tengo que agradecer a Dios porque fue él quien quiso que Brisa y Paula se quedaran conmigo.

*Mamacita invitada. Soy Claudia Patron Cuadra, 33 años, periodista. Casada hace 3 años con Mario. Trujillana feliz. Y por sobretodo mamá de Brisa y Paula. Mis guerreras.


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mamacitas

Cuando uno es mamá o papá aprende a reconocer que no puede sola/o y que necesita el apoyo de muchas personas. Por eso nace MAMACITAS. Para que compartas lo que hiciste para resolver los mil y un retos de la maternidad. Para que cuentes eso que nadie cuenta.


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