La llegada del medio hermano
¿Cómo contarle a tus hijas pequeñas que aún no entienden bien cómo reaccionar por tu separación de su padre, que muy pronto llegará un hermanito que es hijo de otra mamá?
A esa situación me enfrenté hace poco tiempo y me gustaría compartir mi experiencia por si es útil a madres y padres en esa situación.
Y sí. Ahí estaba yo con una nena de cinco años y otra de dos, enfrentando la noticia del inminente nacimiento de un bebé, pocos meses después de mi separación. La mayor apenas había terminado su terapia psicológica para afrontar la nueva situación familiar, cuando llega la novedad. Entonces era hora de volver a consultar a la especialista.
Por un lado, y por temor, el padre quería ocultar la situación a mis pequeñitas hasta presentarles a la nueva bebé (sí, también es niña); y yo evitaba que mis hijas interactuaran con la nueva pareja de mi ex. Sin embargo, la psicóloga fue clara: Había que acelerar las cosas y permitir que mis hijas conocieran pronto a la madre de la nueva hermana, explicar que ella y su padre se habían enamorado y luego contar lo de la nueva bebé.
Para mí era una situación complicada explicarle todo esto a dos niñas cuyo hogar se había deshecho hacía poco tiempo, pero había que respirar hondo y hacer el ambiente natural y poco conflictivo para no afectarlas.
Sí, sí. Pueden imaginar que había que tragar muchos sapos para que esto fluyera. Entonces cerré los ojos y confié en mis instintos. Por fin mi ex y yo establecimos la regla de que mis pequeñitas pasaran los fines de semana en su casa, con la nueva pareja. Por consejo de la psicóloga, aprovechamos el hecho de que los niños no son conscientes del tiempo que dura un embarazo para hacer que todo corriera en un ritmo natural de enamoramiento y posterior llegada del bebé. La nueva pareja tenía entonces siete meses de embarazo, pero felizmente las niñas no se extrañaron demasiado y pudieron asimilar el proceso que había sido maquillado por los adultos para que no les chocara.
La media hermana de mis hijas nació y entonces me invadieron más temores. Felizmente, creo que hicimos las cosas más o menos bien y no hubo impacto negativo, salvo que mi hija menor, que ahora tiene casi tres años, juega a ser bebé, como quien reclama un puesto perdido. Felizmente esa posición se “perdió” de manera parcial y aquí, en el hogar de las tres, ella es la más chiquita y no hay, por eso, un conflicto mayor. Las dos adoran a la bebita y yo incentivo ese sentimiento porque no quiero que mis hijas guarden rencores absurdos. No voy a motivar en ellas sentimientos negativos. JAMÁS, y menos respecto a criaturas inocentes que no tienen responsabilidad alguna por lo que hicieron o hacen sus padres.
Esto último lo menciono porque una vez, en una de esos espacios de diálogo que dejan las fiestas infantiles, en una conversación con una de las mamás de las amigas de mi hija mayor; una de ellas me dijo: “Yo no sé cómo haces, pero cuando yo era pequeña, mi madre nunca permitió que ninguno de nosotros conociéramos a los bastardos hijos de mi padre. ¡Cómo íbamos a hacerlo! si eran los hijos de una cualquiera y mi padre, un sinvergüenza!”
Y en ese momento pude imaginar a una niña que fue envenenada. Yo no quiero eso para mis hijas. Cuando sean grandes entenderán que la vida no es como la pintan las historias de princesas de Disney. Mientras tanto, me toca no dejarles heridas por las situaciones enredadas del mundo de los adultos.
Sin embargo, hace apenas un par de semanas no supe que responder cuando mi hija mayor me preguntó: mamá, ¿por qué tú nunca vas a la casa de mi papá y conoces a mi hermanita? Felizmente, la más chiquita entró en escena para mostrarnos un juguete. Pero creo que esa pregunta se repetirá pronto…
*Mamá y periodista.