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Portada del libro grosse colère

La gran cólera

Publicado: 2015-09-07

Hace poco vi uno de esos videos hechos especialmente para llorar. Pedían a un grupo de mamás que se describieran y casi todas dijeron que luchaban contra su falta de paciencia y malhumor. Luego piden a los hijos/as que las describan y ninguno habló de lo que a ellas le preocupaba sino al contrario, dijeron que sus mamás eran divertidas, lindas y buenas. Y un gran suspiro de alivio inundó internet. Aquí el video (en inglés): http://www.upworthy.com/these-kids-finally-say-what-they-really-think-about-mom-and-her-reaction-priceless-9

Comparto absolutamente la preocupación de esas mamás. Una quisiera que los días vinieran con menos stress. Que las pocas horas que una tiene con los hijos se dediquen a construir castillos y jugar a las escondidas y no estar todo el tiempo con la letanía de "vístete!", "cuidado!", "come!", "comparte!", "no peleen!"... y tantos otros imperativos que parecen estar en la punta de nuestras lenguas.

Hay días en que pasados los diez minutos de absoluto placer que vienen luego de acostar a los hijos, una recuerda que en la mañana fue un poco brusca para despertarlos; que por la tarde una pegó un grito que no era tan necesario. O que al llegar de la calle ni siquiera pudiste preguntar a tus hijos cómo estuvo su día porque tenías primero que pagar el mantenimiento del edificio que ya se venció y renegar porque aún no se sacaban el uniforme del colegio. Y ufff qué fuerte la culpa... La culpa después de un grito a tu hijo o hija te destroza. La culpa por ese zarandeo así medio leve que le metiste cuando se portó mal o por haberle dicho algo feo cuando estabas con rabia te deja con una enorme vergüenza de ti misma. Tanta, que a veces ni siquiera se la cuentas a tu pareja. Ni a tu psicólogo. Te limitas a guardarla en tu baúl interno de miserias personales.

Es asustador cómo a veces nuestros hijos no reaccionan ante esas micro-violencias cotidianas. Y también es asustador ver cómo las disfrazamos dentro de categorías como "disciplina", "poner reglas", "educarlos". Es tan peligroso que seis segundos después de pegar un grito que te rompe algo por dentro, tu hijo vaya donde estás listo para seguir amándote incondicionalmente. Eso es lo que más asusta. Que ni siquiera se reciba un escarmiento. Si le gritara a mi hermana o a mi pareja seguramente me mandarían al diablo y me dejarían de hablar unas buenas horas o días hasta que yo pida perdón una y otra vez. Yo le pido perdón a mi hijo cuando hago una de esas cosas pero es terrible que sea casi una atribución personal, no algo que un niño pequeño te exija. Ellos no te van a dejar de hablar, y eso es terrible.

Claro que hay que educar. Pero hay que reconocer que cometemos muchos excesos, hay que reconocer que no hay razón que justifique un grito o una palabra fea (aunque sea super fácil decirlo ahora que estamos en la paz del señor). Y cómo cuesta reconocerlo. Cómo cuesta reconocer que si tu hijo o hija se porta mal tal vez sea porque tú estás de mal humor y porque no dejas pasar una y porque tal vez deberías relajarte un poco.

Yo me he pasado buena parte de este año lidiando con pataletas de mi hijo. Mi hijo que nunca tuvo los terribles dos, se volvió pataletero a partir de los tres años y medio. Mi opción fue echarle la culpa. "Mi hijo no sabe lidiar con la frustración", "no sé por qué reacciona así", " los otros niños de su edad ya no hacen eso". Y entonces cada vez que empezaba una de esas pataletas nacía en mí esta ira enorme que yo sólo he conocido después de parir. Es impresionante cómo un niño a quien amas tanto puede sacar niveles de ira que tú antes nunca habías conocido. Por lo menos yo no.

Nunca le he pegado pero reconozco que he tenido unas ganas terribles. Pero sí he gritado. Sí he amenazado. Sí le he dicho cosas feas. Sí le he puesto el polo estando absolutamente fuera de mí y con más fuerza de la que necesitaba. Y escribir esto me produce enorme vergüenza. Pero aquí estamos para hablar de verdades y espero que no me juzguen. O júzguenme, no sé.

Para ayudar a mi hijo a lidiar con sus rabias hace como seis meses le compré un libro que se llama Grosse Colere (la gran cólera. La versión en español que se llama Vaya rabieta http://www.oceano.mx/ficha-libro.aspx?id=12939 ). La cólera en este cuento es un monstruo rojo, enorme, que empieza desde la barriga del niño y sube, llega a la cara, la cara se pone roja, más roja hasta que: AAAAAHHHHH!!! Sale el monstruo rojo y procede a romper libros, juguetes, destender la cama mientras el niño solo se limita a mirarlo asustado, a decirle que por favor no rompa su juguetito, a pedirle que no arrugue su libro favorito. Luego de un rato, el niño le dice que ya no siga haciendo eso y empieza a arreglar el desorden que quedó de su cuarto. Y el monstruo empieza a hacerse chico, más chico hasta que se vuelve muy pequeño y el niño lo pone en una cajita.

Así se debe sentir mi hijo en esos momentos de la gran cólera. Así me siento yo en esos momentos de la gran cólera.

Todos mis estudios de universidad, maestría, mis años de terapia, mis experiencias de vida, para que un libro para niños me haga entender qué me pasa cuando tengo rabia.

Y entonces un día, en vez de seguir echándole la culpa, decidí remangarme la camisa y ponerme a trabajar; es decir hablar con él, darle un poco de crédito y explorar algunas alternativas. Le dije que en vez de gritar había otras formas de expresar su (mi) rabia y frustración. Me impresionó cómo mi hijo tenía los recursos para hacerlo ahí dentro de él. Era sólo que yo no se lo había planteado porque siempre es más fácil no pensar y echarle la culpa al otro (o mandarlo donde la psicóloga para que lo "componga"). Hablamos de la cólera, de que está bien ponerse triste o con rabia si algo sale mal, que tal vez hasta haya que llorar pero que no era necesario gritar o ponerse loco (o loca: yo). Se lo decía a él mientras me lo decía a mí. Le pedía que él se comprometiera a intentar no gritar más mientras yo me comprometía a hacer lo mismo. Vamos recién un mes y medio de este nuevo acuerdo y desde luego, aqui nadie ha llegado al edén parental pero sí siento que hay menos gritos y mucho más conciencia de cómo lidiar con ellos.

Sé que vamos a volver a gritar porque él y yo somos explosivos e impacientes (me da pena que haya heredado eso de mí y que no sea más como su papá que lidia con la rabia de manera diferente, con menos decibeles que yo) y porque imagino que a veces gritar también alivia un poco mientras no le grites a alguna persona en específico (¿no?). Pero él y yo ya nos hemos comprometido en que nos vamos a ayudar, en que vamos a buscar otras maneras de expresar nuestra rabia; y que no nos vamos a olvidar que este es nuestro primer proyecto juntos. Uno que nos va a ayudar a crecer.

Como parece que este tema es más común de lo que quisiéramos, les presento el Desafío del Rinoceronte Naranja. Nada muy complejo, es solo un compromiso para no gritar a los hijos: http://www.maternidadcontinuum.com/2013/08/que-es-eso-del-rinoceronte-naranja/ y la página oficial del desafío en inglés: http://theorangerhino.com/


Escrito por

mamacitas

Cuando uno es mamá o papá aprende a reconocer que no puede sola/o y que necesita el apoyo de muchas personas. Por eso nace MAMACITAS. Para que compartas lo que hiciste para resolver los mil y un retos de la maternidad. Para que cuentes eso que nadie cuenta.


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